lunes, 7 de febrero de 2011

EL ALQUIMISTA DE LA CATEDRAL DE JAÉN

En un extremo del friso gótico que hay en la fachada de la cabecera de la catedral de Jaén hay una figurita muy curiosa y famosa, la llamada popularmente como “la mona”, aunque en realidad se trata de un hombre sentado como al modo oriental y vestido con ropas de la época que incluye una especie de turbante en la cabeza. Situada justo en la esquina del primer contrafuerte derecho del muro, encima del friso, está significativamente con la boca cerrada, mirando fijamente hacia el frente, al horizonte, al amanecer aproximadamente del solsticio de invierno…

Se adjudica esta escultura, como todo el friso gótico, a Enrique Egas, insigne arquitecto y escultor toledano al que el obispo Alonso Suárez de la Fuente del Sauce encargó tasar y colaborar en la obra de la catedral en el 1500.
Se han dicho muchas cosas de esta figura humana, desde que se trata de un bufón, antítesis de la majestad divina, de un moro o de un judío, a los cuales estaría destinado un supuesto mensaje de advertencia que contiene este friso para que se conviertan al cristianismo verdaderamente, hasta que es un bafomet a la usanza templaria que nos indica que estamos en un lugar de sabiduría cuyo mensaje está encriptado en los símbolos del friso y que hay que mantener oculto a los no iniciados. Son respetables, por supuesto, estas interpretaciones para el enigmático personaje y el friso al que pertenece, pero me inclino hacia la última aunque sin considerar la figura como un bafomet, pues este se representaba sólo con una cabeza barbuda. Los símbolos que componen este gran relieve a lo largo del muro del templo, como dragones, gárgolas, granadas, piñas, gavillas de trigo y otras muchas representaciones muy bien dispuestas, son claramente de carácter esotérico y en el contexto de esta catedral y la antigua ciudad de Jaén su significado no puede ser muy ortodoxo.
Fijándonos bien en la escultura hace recordar a la figura que Fulcanelli hizo conocida como el alquimista de Nôtre-Dame de París, colocada también en una esquina, que representa a un hombre de larga barba tocado con un gorro frigio, símbolo de iniciación, asomado y mirando el horizonte. Sería, quizás, el maestro de obras, el maestro hermético satisfecho con la obra del templo que guarda un mensaje de transmutación alquímica de las mentes de los fieles.

El alquimista de Nôtre-Dame de París.

Para acceder a la altura en donde se encuentra esta estatua del alquimista parisino hay que subir por unas escaleras de caracol, y curiosamente justo a las espaldas de la figurita jiennense, dentro de una de las capillas, hay una escalera de caracol adornada con hojas de cardo, siendo tanto este tipo de escalera como el cardo símbolos de iniciación.
Pero en cuanto a las vestiduras y apariencia, la figura de Jaén se parece mucho a los maestros canteros de la época, que solían tener una especie de turbante que les protegía la cabeza, que era también distintivo de los maestros de obras.

Maestros canteros trabajando en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, a finales del siglo XV, la época del friso gótico de la catedral de Jaén.

Por tanto, las pistas nos hacen ver que lo más seguro, a pesar de las reticencias, es que estamos ante una figura en la catedral jiennense que representa a un maestro cantero o de obras, que podría ser Enrique Egas, pero también, porque está relacionado, con un iniciado hermético satisfecho con la obra que ha llevado a cabo, mirando hacia el amanecer de un nuevo Sol, de un nuevo año, hacia el astro rey del que parte el conocimiento celestial que en la Tierra aspiramos conseguir y que marca la cíclica existencia de vida, muerte y resurrección.

Quizás sea el iniciador del encriptado conocimiento que encierra el monumental relieve del obispo Suárez, y que mejor guardado que por la representación de un sabio, el alquimista de la catedral de Jaén.

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